lunes, 25 de diciembre de 2006

ENTREVISTA A PACO TAIBO II


Político, activista sindical, profesor universitario en la Facultad de Historia y Antropología, periodista, director de revistas, novelista, presidente del AIEP (Asociación Internacional de Escritores Policíacos), director de la Semana Negra. Es así que describen a Francisco Ignacio Taibo Mahojo, mejor conocido como Paco Ignacio Taibo II, las breves notas biográficas que acompañan sus libros. Su carrera como escritor puede ser resumida en pocas cifras: más de 50 títulos publicados – novelas, libros de cuentos, cómics, reportajes periodísticos, ensayos de historias – publicados en más de veinte países; numerosos premios literarios entre los que figuran el Premio Grijalbo de Novela 1982 por "Héroes convocados: manual para la toma del poder", el Premio Café Gijón (1986) por “De Paso”, el Premio Nacional de Historia INAH (1986) y el Premio Francisco Javier Clavijero (1987) por "Bolcheviques. Historia narrativa de los orígenes del comunismo en México 1919-1925"; tres Premios Internacional Dashiell Hammett para la mejor Novela Policíaca en lengua castellana por "La vida misma" (1987), "Cuatro manos" (1991) y "La bicicleta de Leonardo" (1994), el Premio Latinoamericano de Novela Policíaca y Espionaje por “Cuatro manos"; el Premio Internacional de Novela Planeta-Joaquín Mortiz (1992) por “La lejanía del tesoro” y el Premio Bancarella 1998 por "Ernesto Guevara, también conocido como el Che".
Esta entrevista se llevó a cabo en México, a propósito de uno de sus últimos libros: Doña Eustolia blandió el cuchillo cebollero. Doña Eustolia blandió el cuchillo cebollero para atacar a un charro rompehuelgas al que espantó de inmediato, dando lugar a la primera victoria militar del Taibo sindicalista. Ésta y otras historias conforman lo que supuso la llegada de una parte de la generación del 68 al mundo fabril de la ciudad de México para tomar parte en la reorganización del sindicalismo obrero. Narrados con un humor ácido, mala leche, y épica de andar por casa, estos cuentos reconstruyen una lucha y una nostalgia que algunos han querido ocultar.

–¿Hubo un tiempo en el que los leninistas eran feroces?

–Puta, te mordían. Te metían el diente y no te soltaban. Te arrinconaban en la parte de atrás de un camión de tercera, que iba rumbo a los barrios obreros del norte de México y te explicaban la teoría de la dictadura durante una hora y media.

–En Argentina los feroces eran los trosquistas.

–En México los trosquistas eran los cultos, porque eran más leídos y escribidos.

–¿Hay luchas grandes o luchas pequeñas?

–Yo, básicamente, lo que he aprendido en la vida es que hay luchas pequeñas, incluso las grandes se achican. Tengo muy clavada en la memoria una reflexión brillante, de uno de los tipos más lúcidos de mi generación, el pintor Jaime Goded, que luego de salir de la cárcel en el año 70 dijo: “Esto es una prueba personal entre (Gustavo) Díaz Ordaz y yo”. Acostumbrados a reflexionar políticamente, a teorizar, esta descarnada protesta que era yo contra el representante máximo del poder. Ese es un duelo para toda la vida, como de western. Me conmovió profundamente y me reveló algo que mi generación y yo traíamos en el corazón, que era que si personalizábamos el combate lo volvíamos eterno; no lo volvíamos táctico - circunstancial, no era producto de un análisis social, era producto de una lesión moral que era que estos tipos representan el horror, son los feos, los horribles.

–Como la canción de Joan Manuel Serrat que dice: “...entre estos tipos y yo hay algo personal”. Para mi generación fue muy simbólico.

–Claro, muy importante personalizar y decir que eso es la representación de lo que jamás quiero ser y de lo que no quiero que siga existiendo en mi país.

–Algo que las generaciones nuevas, lamentablemente, han perdido. Esta cosa de “se me va la vida en ello” como decía Luis Eduardo Aute.

–Toda generación tendrá su momento de gloria, dales tiempo. Es rara la generación que se consume en la vacuidad; en el individualismo más miserable, pequeño, pobre, pero casi siempre una generación encuentra su momento de gloria.

–¿Es más fácil que existan las brujas o que exista el sindicalismo en México?

–Después de haber vivido el sindicalismo de base, el de los 70, le tengo un inmenso cariño a esa clase obrera cuando se organiza. Además, es de una capacidad de sufrimiento y de una tenacidad cuando se ponen a marchar.

–¿A la luz de su libro cómo vio los hechos recientes de Oaxaca?

–Ahí están, luego los vuelves a encontrar. Los personajes de mi libro reaparecen y lo hacen en Oaxaca con 50 años, reaparecen organizando una cooperativa de pescadores en Sinaloa u organizando una cadena de venta de zapatos en un mercado callejero para evitar que la policía reprima a los vendedores ambulantes; los he vuelto a ver a mis viejos amigos y compañeros convertidos en cuadros de un movimiento social no industrial, entonces bueno, son nuevamente las demandas.

–¿Hay un gen especial en las personas que hace que participen en la lucha colectiva?

–Yo creo que no. He descubierto a lo largo de estos años vividos a cuates que tenían cocina lenta y cuates que tenían cocina rápida. Con mi amigo Julio, de una fábrica de plásticos, hablé cinco minutos y a los cinco minutos dijo que eso era lo de él y vamos. Sin embargo, en una fábrica de muebles en donde los tenían verdaderamente ahogados había un cuate que tardaba mucho en procesar, no quería, no quería y se iba echar para atrás; al final resultó ser el más sólido de todos. Siempre encuentras a compañeros en el movimiento social que a los 20 años eran unos rebeldes y todo lo que tuvieron que hacer fue organizar su rebeldía.

–A los 40 están demasiado cansados...

–¡No que va! Siguen, siguen.

–¿Alguna vez tuvo un dilema entre este predicamento político y la literatura?

–No, no era contradictorio y menos cuando te pones a escribirlo. Algunas veces me pregunté si era posible una ética proletaria después del desgaste del socialismo, el realismo socialista, la demagogia, la literatura panfletaria; donde hay ética jamás contarla. Me veía reducido a dos cosas contarla en sus grandezas y miserias y contarla con sentido del humor.

–A mí me desilusionó la ética proletaria de Rusia, sobre todo porque, ahora, con todo lo último de Vladimir Putin descubro que en realidad era un tema de los rusos, no era un tema del proletariado. ¿Cuál fue su ilusión?

–Ninguna. El socialista soviético era asqueroso, burocrático, antisocialista y estatalista. Yo había hecho una época proletaria más de la reflexión de mi familia de la guerra civil española y lo que leía de aquí y de allá.

–Es difícil desmentir esa épica aún para los más escépticos cuando, por ejemplo, está pasando lo que está pasando en Irak, que los gringos se van a tener que volver como en Vietnam aun con toda la tecnología armamentística que hay.

–Cuando la gente se pone a luchar es admirable la capacidad infinita de heroísmo que tiene debajo de la piel. Yo viví ahora la jornada de la resistencia y los plantones contra el fraude electoral en México y volví a encontrarme con la generación de los que había narrado en Doña Eustolia... y ahí están diciendo cosas como: “Tengo 55 años, ya eduqué a mis hijos, ya estoy en la sociedad del desempleo, vivo en la sociedad marginal. Lo que haya que hacer lo hago”. Gente dotada de una sorprendente lucidez y madurez, con una larga trayectoria de sus experiencias de lucha, flexibilizados, menos dados a la palabra fácil, a la demagogia, al esquema que todo lo resuelve, más dubitativos y al mismo tiempo más sólidos.

–Cuando pasa algo como el fraude uno piensa que México ya no tiene salvación.

–Yo soy un optimista patológico. Un país que resiste no está acabado, lo terrible es que pasen encima de ti y ni siquiera sonrías.

–¿Y cómo ve?

–No veo. He perdido mi capacidad de predicción. Tenía una bola de cristal, pero la usé para jugar boliche y se la llevó la chingada y no puedo prever más allá de una semana y, a veces, más allá de dos días.

–¿Cree que haya una ética proletaria o una época de la lucha colectiva que se intensifique más en el género femenino? Es muy tierno el retrato que hace en Doña Eustolia y sus amigas.

–Es la historia de las abuelitas. De repente haberme encontrado en mi vida con 80 abuelitas con unos ovarios del tamaño de la catedral de México, me cambió la vida. Tengo que agradecerles a estas mujeres tantas cosas, pero en el mundo de la lucha febril... el libro termina con la vivencia en Irapuato, una ciudad de mujeres que trabajan en maquilas en las condiciones más infames, donde los hombres emigraron. Ese libro es un homenaje a las mujeres trabajadoras.

–Algo parecido a lo que pasó en Argentina con las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo.

–En este caso en particular, a esta generación de mujeres sindicalistas que conocí, con las que viví y a las que les tengo una inmensa estima.

–Cuando salieron los archivos que luego se cerraron, los del 68, ¿tuvo esperanzas de que se hiciera justicia?

–Pues no, pero sí. Recuerdo muy bien andar por la calle y oír en una radio, que traía un señor en un coche, ¿cuántos de ustedes opinan que Echeverría es culpable?, era una encuesta radiofónica que respondía que el 87 por ciento creía que este señor era un asesino. Era el juicio de la historia, esta sociedad había hecho justicia y aquellos que pensaron que eran impunes, eternos estaban encerrados en sus casas y cada vez que salían los periodistas les preguntaban si habían mandado a asesinar en el 68, estaban acosados, ya no eran dueños del país del que habían sido propietarios. En ese sentido ya no me importa tanto si van a ir a parar a la cárcel como que la sociedad los condenó a ser lo que son: unos personajes repulsivos a los que no hay que acercarse porque contaminan. Si además de eso logras un arresto domiciliario, que un asesino vaya a la cárcel, el que le quiten el empleo a un policía torturador, maravilloso, pero lo importante es el juicio histórico.

–¿Qué le debe a Rodolfo Walsh?

–Cuando yo me estaba formando Walsh aportaba cosas muy evidentes. Por ejemplo, que era posible hacer un periodismo diferente, de minucia, de investigación al detalle, de reconstrucción de lo que nadie quiere contar. Él era el gran autor de lo prohibido, pero además era muy curioso, porque era lo prohibido en lógica de reconstrucción cuasi forense, en desmenuzar el cadáver, en decir dónde están las piezas, era el policía bueno que todos llevamos dentro. Fue muy importante, Walsh me marcó mucho, no sólo como periodista de investigación y fundador del nuevo periodismo de América Latina, sino también hay cuatro o cinco de sus cuentos que son inolvidables.

–¿Existe la ética del periodismo o existen más las brujas? (Risas)

–Yo soy racionalista, las brujas no existen, hay encarnaciones terráqueas, sí existe y está en discusión. El otro día hablaba con una chica de 20 años y me contaba que le censuraban todas sus notas, en un periódico del Distrito Federal, sobre el fraude, entonces, me preguntaba qué hacer y le dije que resistiera, que no dejara el empleo ni a otro el lugar, pero sobre todo, ellos ganan cuando tú te autocensuras, cuando dices que tal cosa no la van a publicar y no lo escribes, entonces lo que hay que hacer es escribir, obligarlos a ser censores, a cortar, a quitar, a mutilar, a mentir. El día en que logren convertirte en un instrumento pasivo te jodiste.

–¿Es tan político porque escribe con libertad o porque lo hace con un oficio de cuidado?

–Soy político porque escribo lo que quiero. Los lectores me dieron libertad y con la libertad hago lo que quiero. Paloma, mi mujer, se ríe de mí, porque cada vez que me preguntan cuál es mi último libro cuento uno diferente. Ahora estoy jugando con mis proyectos. Conversar sobre ellos y medir la reacción de la gente con la que hablo indica si lo que vas a escribir interesa o no.

–Técnicamente para lo que escribe diría que ha alcanzado cierto nivel de escritura que le permite manejarse con confianza de su prosa.

–Sí, porque sabes que tienes los instrumentos técnicos para contar las historias como las quieres contar. Entonces dices que tal historia amerita una primera persona muy importante, que además es una primera persona que no camina en línea recta, sino que le gustan las elipsis, entonces es un personaje divagador; una primera persona que tiene este tipo de uso de adjetivo, que le gusta esta retórica y que de vez en cuando se diluye en el paisaje.

–Entre Pancho Villa y el Che Guevara, digamos, que no se priva de nada. ¿Le quedó algún personaje de esos heroicos tan famosos?

–Me quedó una serie, pero no encuentro que formato de libro darle, no sé si son varios libros o un libro. Hay una serie de personajes muertos trágicamente en América Latina que me interesan un montón, porque son... incluso encontré un supuesto título que sería Los Nuestros. Entonces este libro está ahí en el aire, quizás un día lo escriba.

–A Roque Dalton lo mataron por poeta.

–A Roque Dalton lo mataron porque una bola de miserables, canallas, sectarios a los que la CIA les metió una tarta de desinformación y cayeron y su sectarismo que es la enfermedad de la izquierda se convirtió en el puñal con el que murió Roque.

–¿Andrés Manuel López Obrador es un héroe?

–No, López Obrador es un personaje al que hay que tratar con las armas del periodismo no con las de la historia. Es un personaje activo, al que le puedes decir si tal cosa es un acto de locura, si la cagó, si algo no te gusta; sus limitaciones con respecto a los temas culturales me ponen nerviosísimo, entonces tienes que tener una relación crítica, que también tienes que mantener con los personajes que narras como personaje de la historia.

–¿Ha tenido alguna posibilidad de charlar con él?

–Sí.

–¿Es un buen conversador?

–No.

–Más bien escuchador.

–No, más bien sordo. Lo que tiene es una brillante sensibilidad popular, tiene una buena empatía con los de abajo, esa es su mayor virtud. Estuve con él en un largo reportaje que duró cinco días en Tabasco, anduvimos juntos mañana, tarde y noche, fue en la época del primer fraude que le hicieron, el de Tabasco.

–¿Lo decepcionó El Subcomandante Marcos?

–No, lo quiero mucho, me cae muy bien, creo que en las últimas coyunturas se equivocó, pero el que esté exento de pecado que se dedique a juntar canicas. Se equivocó, pero eso no implica que no me siga cayendo bien y crea que es un tipo sumamente honesto, portavoz de causas, además no es discutible.

–Cuando creo entender algo de la política mexicana la realidad me desmiente. ¿Diría que eso es un obstáculo para el joven que va a entrar a la militancia?

-Yo le diría algo terrible. Yo le diría que confiara en sus instintos. El panorama es excesivamente complejo, hay demasiadas cosas encima del tapete, hay una multitud de contradicciones no fáciles, a veces, de descubrir y explicar y hay que ser muy cuidadoso antes de juzgar con demasiada rigidez a los que tienes a tu derecha o a tu izquierda. Es más difícil entender que juzgar.

–Es joven, ya educó a su hija, ¿ahora es a todo o nada?

–El todo o nada fue desde siempre. He vivido una vida privilegiada, he sido hijo de una clase media con una fuerza económica... nunca he visto la miseria de cerca, sólo en una época de mi vida que me pasé siete días sin comer, pero por orgullo, porque si iba a lo de mi mamá seguro comía, fuera de eso no recuerdo el peso de la miseria. He tenido la fortuna de triunfar en la literatura, hace años que no me preocupo de la economía, los libros me dan de comer, incluso me dan más de lo que yo esperaría y me dejan una libertad absoluta, puedo darme lujos enloquecidos. No tengo apoyos económicos ni becas ni sistema nacional de creadores ni nada y tampoco lo quiero, soy un privilegiado.

–Y el Paco Taibo II ha escrito más que el I.

–Tengo un libro más que el I.

–¿Esto de ser un personaje mexicano de la contemporaneidad implica algún riesgo, alguna satisfacción?

–Básicamente uno, que es que tus horas ciudadanas se comen a tus horas de escritor y la presión es tan, tan, tan grande que llega un momento en que dices “hay que ganas de rendirme y meterme debajo de la cama”. Y todos los días se acercan y me dicen que tengo que escribir tal libro o que me ponga hacer un reportaje sobre la huelga que están haciendo en la fábrica de planchas... y la reunión de los trabajadores de la cultura y quieren convertir el Claustro de Sor Juana en una iglesia para ricos. Todos los putos días hay una presión social endiablada y luego, a esto se añade una presión profesional que es siempre hay algún libro mío en alguna parte del planeta. Además, los editores son mis amigos, cómo les voy a decir que no si están pelando por mi libro. Y llega un momento en el que me pregunto a qué hora escribo.

–¿Y a qué hora escribe?

–A la hora que puedo, hoy a la mañana me levanté a las seis y escribí dos páginas. Nunca en mi vida había hecho eso, siempre he sido trabajador nocturno, pero traigo tanto caos cerebral de cambios de horarios, que me levanté a las seis y escribí dos páginas.

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