lunes, 3 de marzo de 2008

Un día del Mundial


Cuando era adolescente solía escuchar una canción de un músico argentino, por cierto ya fallecido, de nombre Pappo. “No puedo evitar que vengan hacia mí los sándwiches de miga”, decía la tonada, una psicodelia gastronómica en la que me inspiro para determinar mi realidad. Es cierto, no puedo evitar que vengan hacia mí las pelotas de fútbol. Antes de este Mundial yo solía perder mi mirada en las de los gatos persas, en arbustos inasibles e inclasificables que crecen a la sombra en mi banqueta, en la de algunos hombres distraídos que llaman mi atención a su paso. Ahora no tengo más que ojos para la redonda. Así que hoy es un día como otros: transcurre prácticamente en Alemania y me sigo sintiendo minusválida por no poder entender a la primera esa famosa regla del fuera de juego.
Pero soy corta de entendederas, eso no es novedad. Tampoco es nueva esta tendencia a la fantasía semántica, los ríos de palabras en los que me pierdo para poder encontrar lo más auténtico de mí (ufa, hoy estoy demasiado rimbombante). Pienso en que Andrea Staccioli, mi “pana” en esto de los libros de fútbol y de la vida, es italiano; por tanto me dice que cubrirá el partido entre Togo y Svizzera, que es Suiza. Svizzera me suena a vísceras, a tripas, a panza, a la dieta, a que no he desayunado todavía y ya prácticamente me comí el primer tiempo del partido. Adebayor tiene cara de chamán o de brujo, de jefe de la tribu, lo que me hace recordar una canción de mi querido brasileño Zeca Baleiro, esa que dice “mi tribu soy yo”. Todas estas evocaciones a la comida, a la música, al sinsentido, no obedecen exclusivamente, lo juro, a la debilidad mental que suele azotar en la era cuaternaria. Sucede que el partido entre Togo y Suiza es fatalmente aburrido. Sí. A este Mundial le sobran por lo menos 10 equipos, reflexiono. Hasta que los suizos despiertan vía Frei y vía un hombre que se llama Tranquillo y se apellida Barnetta. Los del queso y el chocolate (otra vez la comida) se llevan la victoria y yo la modorra a la oficina.
Porque, claro, ahora viene el turno de los jeques y hoy es lunes: atender las aventuras de los millonarios moros en el inicio de la semana es una tarea demasiado snob como para que mi jefe la comprenda. Así que dejo mis ojos en Alemania, oteando en el horizonte la mirada de Andryj Shevchenko, ese sobreviviente de Chernobyl que deslumbró en el Milán y que ahora acaba de firmar su pase a la Premier League pues quiere que sus hijos crezcan en Londres. Arabia Saudita/Ucrania...mmm. no promete demasiado, aunque la goliza de 4 a 0 que veré en la repetición me deja con un buen sabor de boca y con ganas de volver a tener 20 años para que ese rubio apellidado Kalinichenko y que ha contribuido a que el Spartak de Moscú consiguiera dos ligas y una copa de Rusia, me hiciera algo de marca personal...sueño guajiro si los hay.
El plato fuerte del mediodía: España/Túnez. Tengo ganas de pelearme con Hugo Sánchez, pero también le tengo miedo al horroroso artículo 33, ese que impide a los extranjeros emitir opiniones políticas. ¿Será político decirle al mejor futbolista de la historia mexicana que se guarde el resentimiento que le desborda por las cuatro costuras del traje y se serene?. Eso de criticar tanto a la selección azteca para luego vociferar que la “furia roja” española es su favorita, me suena a inoportuno en estos tiempos futboleros, que son como los tiempos del cólera. Pienso eso e inmediatamente pienso en el ex arquero de Boca, Hugo Orlando Gatti, un sesentón resentido que ha dicho en España que “la selección argentina, que ganó 6 a 0 a su par de Serbia y Montenegro, sólo ha tenido suerte” y que “Leo Messi es un jugador para 15 minutos”. Claro, Gatti fue el que en tiempos pasados vaticinara que Diego Armando Maradona “es un gordito que no sirve para nada”. Ufa. Ya me fui por las nubes de Úbeda. Y eso porque Túnez le está ganando a la furia de Hugol y yo me estoy durmiendo. Al fin he comido: ensalada de tomate, aguacate y lechuga...
llegan Raúl y los goles del Niño Fernando Torres: satisfecha y almorzada regreso a la oficina para completar una jornada laboral en la que vi todo redondo, blanco, mágico, justo como una pelota de fútbol.

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