lunes, 26 de mayo de 2008

Bello, ciao






Los domingos a la noche tengo cita obligada con People and Arts. La serie Los Tudor, que muchas veces me complica porque me pierdo entre tantos modos de la Realeza y “su excelencia, su Majestad, después de usted, etc.”, se ha adueñado de mi escasa fidelidad televisiva. Claro que hay un monarca que es, a todas luces y a todas sombras, inconfundible y el que ha sido capaz de atenuar esa especie de trágico aburrimiento que suele tener el fin-fin de la semana.
La mayoría de los espectadores coincidirá conmigo en que el principal atractivo de la serie es ese absolutamente sexual Enrique VIII, ejercido y dominado por el hermoso irlandés (30 años muy bien trasladados por el mundo) Jonathan Rhys Meyer.
Oriundo de Dublin, el modelo mimado de Hugo Boss y el venerado (como puede verse en las fotos) por Donatella Versace, me hace tararear con muchos motivos pero sin razón alguna aquella canción de Djavan: “yo iría a Malasia a verte, si tú te fueras para Asia.” El único pecado mortal que este chico no perdonaría sería ignorar esa fuerza de la naturaleza que emerge de su maravillosa estampa. No me sorprendería que mientras escribo esto, el pobre protagonista de Match Point estuviera sufriendo terribles acosos por parte de mujeres, hombres y quimeras –como define mi amigo Alejandro-. Me lo imagino inmerso en el dilema de determinar cuál será la mejor manera de recibir ayuda, por lo que me pongo mi traje del Chapulín Colorado y corro presurosa –y sudorosa, hay que admitirlo- a salvarlo de las garras de la lujuria no autorizada. Por esa pierna derecha chueca y ese andar que me recuerda a la adolescencia, cuando uno caminaba mucho de un modo que decía: nada me importa más en esta vida que ser el centro de tu mirada, he cumplido el sacrificio de mirar desde el inicio al fin la abominable y cursi August Rush, donde la “inexplicablemente convertida en estrella de tele y luego de cine” Keri Russell (ay, mi madre, la insufrible Felicity es como la insufrible Katie Holmes o la más de las más insoportables Keira Knightley, que siempre tiene cara de haberse tomado recién un diurético de efecto poderoso) y “el nunca suficientemente criticado” Robbin Willliam, luchan sin conseguirlo por brillar algo al lado del reluciente Jonathan.
No hay plano que este chico no haga estallar con su gesto luminoso y Dios –si es que ha sido él el fabricante de semejante ejemplar de raza pura masculina- lo guarde siempre en su Gloria y no sea como esos pedazos de tontos hermosos que mueren jóvenes y suicidados.

Si bien es cierto que poco mérito hay en la belleza física, no es menos verdadero que la hermosura constituye un poder capaz de derribar gobiernos o iniciar guerras entre naciones o vecinos. Decir hermosura, claro, es hablar de esa fuerza interior que domina a ciertas personas y las hace irresistibles, pecaminosamente excluidoras de cualquier otra energía que a su lado intente explayarse.
Sólo los imbéciles y brutos que confunden el good-looking o ese estatus horripilante que en español se expresa por medio de lo “bien parecido” (puajjj) , pueden no entender a qué se refiere el concepto de “interior” aplicado a la belleza.
Jennifer Aniston es bien parecida, Angelina Jolie es hermosa, para que nos entendamos.
Ser hermoso desde adentro es a lo que se dedican las mariposas, que si las ves volar a tu alrededor te quedas anonadado y mudo, pero que si en una de esas tonterías incomprensibles que a veces solemos protagonizar, las atrapamos con nuestras medias de red, pierden ese grado de lo absoluto y pasan a ser algo bonito y colorido en las páginas de nuestro diario.
Tom Cruise es good-looking, Jonathan es hermoso. Al irlandés se le muere la madre, lucha por no chupar media bodega cada vez que se encuentra con un amigo de la infancia en su país natal y se pelea con Scarlett Johansson en la filmación de Match Point porque no puede dejar de mirarle las tetas. (“Es que como es muy joven todavía su cuerpo sufre muchas transformaciones. Y los pechos le crecían a diario en la filmación. No podía dejar de mirarlos…”, explicó sin que la rubia pudiera perdonarlo.)
Ah, Tom es el marido de Katie Holmes y quiere dominar el mundo con la iglesia de la Cienciología como arma infalible.
A las mariposas y Jonathan Rhys Meyer, saravá.

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