viernes, 2 de enero de 2009

ENTREVISTA A JORGE VOLPI PARA PERIÓDICO PERFIL, DE ARGENTINA


Para el escritor Jorge Volpi (Ciudad de México, 1968) lejos quedaron los tiempos del “Crack”, el movimiento literario que, sin ser en toda forma un tratado estético de la generación postboom, denunciaba la vulgarización de que había sido objeto, a fuerza de malas copias e imitaciones a mano alzada, el género literario que en Latinoamérica dio joyas como Cien años de soledad, del colombiano Gabriel García Márquez o Rayuela, del argentino Julio Cortázar, entre otros.
Defensores de lo que llamaron “novela total”, arraigados en lo que ellos mismos denominaron “literatura difícil y exigente”, Volpi, acompañado por sus congéneres y compatriotas Ignacio Padilla, Eloy Urroz, Pedro Ángel Palou, Ricardo Chávez-Castañeda y Vicente Herrasti, volvieron a plantear escenarios europeos, osados experimentos lingüísticos y narrativa no lineal para sus historias.
Corría 1994, ellos tenían menos de 30 años de edad y con buenas dosis de entusiasmo e irreverencia, supieron entonces conmover el anquilosado panorama literario de México, primero, y de Hispanoamérica después.
Cobraron fama y sus novelas comenzaron a ser leídas por propios y extraños, al punto de que hoy, muchos críticos y lectores destacan del “Crack” su eficaz fuerza marketinera, algo que ellos, como es obvio, se niegan a admitir.
Jorge Volpi acaba de cumplir 40 años. La edad lo encuentra activo, al frente del canal 22, el canal de la cultura del Estado mexicano, prolífico en la publicación periódica de ensayos y novelas, a la sazón coordinador general de lo que será el magno homenaje al último caudillo de las letras aztecas, Carlos Fuentes, con motivo de su ochenta cumpleaños.
Para él, que se ha mostrado solícito y amable en la respuesta a un largo cuestionario cuasi proustiano exclusivo para Perfil, la novela sigue siendo un elemento imprescindible para la humanidad.
“Al contrario de lo que piensa mi admirado Paul Auster, quien cuando recibió el premio Príncipe de Asturias dijo que amaba las novelas porque no servían para nada, creo que las novelas sirven para muchas cosas y que si no fuera así la especie humana no las habría creado y perfeccionado a lo largo de tanto tiempo”.
“Por un lado, las novelas nos permiten meternos en la piel de otros, que es algo prácticamente imposible más que con la ficción literaria; además, al formar parte de las decisiones y sentimientos de los personajes, nos permiten reforzar esa idea imaginaria pero esencial que es la idea de que todos los seres humanos somos iguales”, agrega.
El laureado autor de En busca de Klingsor, El fin de la locura y El temperamento melancólico, entre otros, ha dado a conocer en estos días sus última obras: Mentiras contagiosas, una mezcla de ensayo literario y ficción con textos que exploran los límites de la novela y plantean su supervivencia y El jardín devastado, una novela corta con tintes autobiográficos, en la que un joven intelectual (que podría ser Volpi) dialogo metafísicamente con una mujer perdida en el desierto iraquí.
“Frente a la plaga de novelas que nos invade es necesario batir una lanza por la novela compleja, aquella que no se rinde a la imitación, que desafía las convenciones, que busca superarse a sí misma”, afirma el ex agregado cultural de México en Francia.
“Si una novela es la repetición de ciertos arquetipos, una extensión larga, ciertos personajes reconocibles y mucho sexo, claro que es fácil escribirlas y claro que tendrán éxito inmediato. Lo que sucede es que una novela es, en realidad, un vehículo de conocimiento del ser humano a través del lenguaje y si no se entiende así de entrada, lo que se produce no son obras vivas sino muertas”, afirma rotundo.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

¿Es intolerable el azar?
Al contrario, es fantástico que el universo sea imprevisible. No hay nada más aburrido que imaginar un Dios que ya lo sabe todo.

¿Qué novelas leería Darwin?

No sé si le interesaba la ficción ni al joven Darwin aventurero, que las vivía, ni al viejo que se sorprendía plácidamente de sus aventuras pasadas.

¿Toda tradición literaria se asienta sobre una guerra?

Las tradiciones se forman a partir del conflicto de unos textos contra otros, por supuesto. Pero es, justamente, una guerra creativa.

¿Cuál es la guerra que agita la tradición literaria mexicana?
La agitan sobre todo los caudillos, como en nuestra tradición política. Todavía es posible reconocer, en cualquier caso, a los antiguos nacionalistas reconvertidos en quienes no se cansan de atacar al “mercado” y los cosmopolitas, a los que sólo interesa lo anglosajón…

¿Hay vencedores vencidos?

Claro: Juan Rulfo. En su época, todo el mundo pensaba que el gran escritor mexicano, leído en todo el mundo, sería Paz. Y fue Rulfo.

¿Se siente usted compelido a escribir las memorias de la guerra?

Sí, diría que me gusta ser un corresponsal en la guerra literaria.

¿Le hubiera gustado vivir cuando la República mexicana de las letras tenía presidente?

Crecí en la época en que Paz lo dominaba todo. Un grandísimo escritor y también un gran caudillo.

En esta literatura sin jefes, ¿dónde está su lugar?
Justo en el no-lugar, en esa esfera con centros en todas partes.

¿Su revolución consiste en ser tradicionalista?

No me identifico ni con la revolución ni con la tradición.

¿Tanto fue el cántaro a Fuentes que al final se hizo homenaje?

Es la figura literaria más conocida de México en el mundo, era inevitable.

¿El advenimiento de los 40 años lo encontró más novelista que nunca?
Disfruto tanto el ensayo como la novela. Y más a los 40.

¿Tiene más sentido querer ser Cervantes que Quijote?

Nadie en la época de Cervantes hubiese querido identificarse con ese pobre diablo que era Don Quijote. El Romanticismo lo convirtió en un héroe quimérico.

¿Por eso usted estudió en la Universidad de Salamanca?

No, estudié en Salamanca porque ya estudiaba allí mi amigo Nacho Padilla.

¿Qué recuerda de su época de estudiante?
La marcha salmantina. El frío de Salamanca. Los paseos por la Plaza Mayor. Escribir En busca de Klingsor.

¿Terra Nostra sería la novela que usted escribiría si fuera Pierre Menard?

No, sería Doctor Faustus, de Thomas Mann.

¿Mentiras contagiosas es un ensayo donde lo que omite también construye una estética?
Los silencios son siempre significativos. El escritor que más me importa de América Latina, Jorge Luis Borges, justo es quien no está.

¿O habrá otros ensayos?

Eso espero. Ahora preparo uno largo sobre América Latina.

¿Escribiría sobre Juan José Arreola, por ejemplo?

Me gusta, pero no es mi favorito. Preferiría Inés Arredondo.

¿Escribiría sobre Elena Garro?
Insisto: Inés Arredondo.

¿Quién es el mejor escritor mexicano de todos los tiempos?
Sor Juana Inés de la Cruz.

¿Cuál es su autor imprescindible?

Thomas Mann.

¿En busca de Klingsor es su mejor obra?
No, creo que es No será la Tierra. (N.d.R.: Editada en 2006 por Alfaguara, cierra la trilogía sobre el siglo XX, que comenzó con la laureada En busca de Klingsor y siguió con El fin de la locura).

¿Cuál es su rutina como escritor?
Ahora escribo casi a diario, por las mañanas. Pero puedo pasar semanas sin escribir.

¿Escribe en computadora?
Depende. Mi novela reciente, El jardín devastado, la escribí a mano.

¿Corrige mucho?
Cada vez más.

¿Escribiendo es más feliz que leyendo?

Son felicidades distintas, complementarias.

¿Recuerda la emoción cuando tuvo en las manos su primer libro publicado?

Sí, pero vino acompañada de una decepción personal, así que me vacunó contra el fetichismo libresco.

¿Siempre supo que sería escritor?

En absoluto. Quise ser científico, historiador, psicoanalista, arquitecto… Decidí ser escritor a los 17 años.

¿La escritura es un oficio o una profesión?
Para mí es un placer. Un placer que a veces duele.

¿Quién lee la primera versión de sus libros?

Mis amigos: Eloy Urroz, Ignacio Padilla, Pedro Palou, Vicente Herrasti.

¿Es receptivo a las opiniones de sus amigos durante el proceso de escritura de un libro?

Practicamos una especie de democracia de la corrección. Si hay mayoría de críticas, el autor calla.

¿Ha cambiado algún título, estructura o algo de una obra ya diseñada por consejo de un amigo?
Infinita cantidad de veces. No creo en los textos perfectos.

Si el crack fue una acción de marketing literario, el balance es excelente, ¿no cree?
Pero no lo fue. Lo fundamos en 1994, cuando no teníamos ni agentes ni editores ni posibilidades claras de publicar.

¿Se junta a menudo con sus colegas del crack?

Todos juntos es cada vez más difícil, pero sí, muy seguido, con uno u otro.

¿Le preocupó alguna vez quedarse sin trabajo?

Sí, por eso estudié Derecho.

¿Cuáles son las ventajas de dirigir un canal de televisión?

Imaginar lo que uno verá en el futuro.

¿Y las desventajas?

La burocracia y la “grilla” omnipresentes en México.

¿Dudó mucho antes de aceptar el puesto en Canal 22?

Me dieron 24 horas para decidir.

¿Lo consultó con alguien?

Con toda la gente cercana. Y todos me dijeron que aceptara.

¿Cómo se describiría en función de jefe?
Soy siempre amable, me gusta el trabajo en equipo, casi nunca me exaspero.

¿Tiene personas de confianza en el canal?
Todo el cuerpo directivo tiene mi confianza, si no es muy difícil trabajar.

¿Hay más similitudes que diferencias o viceversa entre ser funcionario de la diplomacia que de la televisión estatal?
La intriga política es la misma, desafortunadamente.

¿Qué recuerda de su paso por Francia como diplomático?
Fue una gran experiencia. Sobre todo recuerdo el contacto con artistas plásticos mexicanos.

¿Qué fue lo más importante que hizo allí?

Ofrecer una mirada de México que no fuese la tradicional.

¿Nunca le han despertado inquietud los desempeños de los gobiernos para los que usted cumplió y cumple funciones?

Siempre me inquietan.

¿Siempre estuvo consciente de que sus elecciones profesionales le iban a aumentar significativamente su cuota de enemigos?
No, tardé en descubrir que tenía enemigos. Yo conscientemente nunca los he buscado. Y no queda más remedio que aprender a combatirlos.

¿Los enemigos que tiene merecen respeto o no valen nada?
Hay de ambos.

¿Qué aprendió de sus enemigos?

La vileza.

¿Y de sus amigos?
La lealtad.

¿Ha perdido amigos últimamente?

No, últimamente no, pero sí en el pasado.

¿Lo lamentó?
Muchísimo.

¿Tiene más enemigos que antes o no los cuenta?

No tengo idea.

¿Su padre es un gran lector (o fue) o un escritor frustrado?

No, un médico humanista que adoraba el arte y la lectura.

¿Hay un tipo de lector-Volpi?
No lo sé.

¿Qué cosas no pueden faltar en su estudio?
Música.

¿Nunca se ha visto tentado por el alcohol o las drogas?
Me encanta el vino y el tequila. Drogas, lo reconozco, nunca.

¿Siempre fue tan recatado y pulcro?
Soy mucho más desordenado de lo que aparento.

Los críticos dicen que su prosa es demasiado fría, ¿coincide?
Ojalá fuera así.

¿Usted es demasiado frío?

Temo que no.

¿En qué momentos del día escucha música?
Todos los que puedo. Me es indispensable.

¿Qué tipo de música le hace perder el sentido?

Bach, Beethoven, Schubert, Mahler…

¿Qué otras cosas de la vida le hacen perder el sentido?

Las mujeres.

¿Pierde a menudo el sentido o siempre es tan propio como parece?
Lo parezco.

¿En qué gasta el dinero?
En viajes, libros y CD’s.

¿Usted elige su ropa?

Temo que sí.

¿Usted ha decorado su casa?
Sí.

¿Tiene muchos libros?
Bastantes.

¿A algún libro le da más valor que otro?
Atesoro más mis discos.

¿Cómo es su madre?
Risueña, gentil.

¿Su infancia fue grata?
Grata, sí, y también atormentada.

¿Qué añora de su niñez?

La inconsciencia.

¿Cuál era su juguete favorito?
Coleccionaba (y todavía) robots.

¿Ha tenido buenos maestros?

Algunos espléndidos, por supuesto. Entre escritores, Hugo Hiriart.

¿Qué le diría de México a alguien que no conoce México?
Que destierre sus prejuicios y valore sus contradicciones.

¿Puede vivir en un lugar sin tacos, guacamole o mariachis?

He vivido 10 años fuera de México. Extraño la comida, pero claro que sobrevivo. Y, además, ahora uno encuentra tortillas en todas partes. Los mariachis, en cambio, no me interesan.

¿Qué cosas de su país ya no tienen arreglo?
Tantas oportunidades perdidas. La última, en el 2000.

¿Por qué cosas su país todavía debería tener esperanzas?

Por la energía individual.

¿Qué cosas de su país lo hacen sufrir?
La desigualdad. 5 por ciento de la población que acumula el 80 por ciento de la riqueza.

¿Qué cosas de su país lo hacen feliz?
La comida, el arte, la literatura, mi familia.

¿Ha sufrido por amor?

Varias veces.

¿Por odio?
Nunca.

¿Por envidia?
Brevemente.

¿Ha sentido sed en el desierto?
Y frío en la tundra.

¿Calor en la nieve?

Y escalofríos en la jungla.

¿Soledad en la multitud?

Siempre.

Entre la imaginación y la voluntad, ¿qué privilegia para escribir una novela?

Es la sutil combinación de ambas.

¿Alguna vez sintió que tanto esfuerzo no valió la pena?
Muchas veces. Tengo dos o tres novelas que, a más de cien páginas de iniciadas, terminaron la basura.

¿Va al cine solo?
Creo que una de las cosas que más he hecho en mi vida es ir al cine solo.

¿Frecuenta el teatro?

No tanto como quisiera, pero el tiempo es limitado y siempre prefiero un concierto.

¿La Ópera?
Siempre. Soy operómano feroz. Mi sueño sería escribir el libreto de una ópera.

¿Los conciertos de rock?
Sólo por error.

¿Tiene ídolos?
Mis padres.

¿Cree en Dios y en el Espíritu Santo?
Soy ateo militante.

¿En la Virgen de Guadalupe?
¿En quién?

¿En la llanura la fe también mueve montañas?
Fe es una palabra que detesto.

Si fuera nombrado Ministro de Educación, ¿cuál sería su primera medida?
Espero nunca serlo, pero intentaría reformar radicalmente lo que estudian los alumnos en la primaria. Hay que enseñar el placer del conocimiento y del arte y prepararlos verdaderamente para la vida cotidiana.

¿Y si fuera Ministro de Cultura?
Lo mismo.

¿Le gustaría dirigir Conaculta?

No.

¿Qué cosas no perdonará nunca?
La traición.

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