jueves, 24 de septiembre de 2009

LA BATALLA FUTURA


La salida de Una novelita lumpen, la última novela publicada en vida del escritor chileno Roberto Bolaño, fallecido en 2003 a los 50 años, la traducción al chino de Los detectives salvajes y la preparación del documental La batalla futura, cuya primera parte transmitirá el canal 22 en diciembre, demuestran la vitalidad de un autor que vive su mejor y póstumo momento literario.

La victoria o el triunfo, valores raros en un escritor para quien la literatura era una forma de vida más que una competencia o un ascenso hacia cima alguna, desmadejaron por completo un ovillo cuyas primeras hebras ya había visto el propio Bolaño desperdigarse en su suelo. Prueba de ello es la ya mítica reunión de autores latinoamericanos jóvenes en Sevilla, año 2003, y a la que asistió con su inefable personalidad de rocker, contando chistes malos y convirtiéndose sin quererlo –como escribiera a poco de su muerte el editor Jorge Herralde- en “ líder indiscutible, faro y tótem”, de la generación más joven de escritores en español (Fresán, Volpi, Pauls y otros).

Para entonces, ya había sido publicada la proverbial Los detectives salvajes, una novela consagratoria que resultó ser la gran novela mexicana de la contemporaneidad, que apareciera en 1998 y le diera a su autor el prestigioso premio Rómulo Gallegos y el Herralde, de Anagrama.

Inolvidable, como inolvidables fueron casi todas sus intervenciones públicas fue el discurso de Caracas con el que Bolaño agradeció el Rómulo Gallegos, fiel testimonio de una manera de entender la literatura (“no basta con escribir maravillosamente bien, hay que saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura básicamente es un oficio peligroso”), de un modo agridulce de saberse atado al destino de una generación (la de los nacidos en los 50 que “de más está decir luchamos a brazo partido, pero tuvimos jefes corruptos, líderes cobardes, un aparato de propaganda que era peor que una leprosería”) y de un dulce escepticismo hacia las cosas que pudieran atarlo a una nacionalidad inmutable (“Pues a mí lo mismo me da que digan que soy chileno, aunque algunos colegas chilenos prefieran verme como mexicano o que digan que soy mexicano, aunque algunos colegas mexicanos prefieren considerarme español”).

Así que este Bolaño nacido en Santiago de Chile de 1953, que tuvo a bien revolucionar “cortazarianamente” la literatura latinoamericana (A su modo, Los detectives salvajes fue para toda una generación una nueva Rayuela, espejo prosístico donde se miraron las caras y se percibieron las almas miles de lectores en lengua española), nació al sur del continente, vivió su adolescencia en el DF (país al que llegó cuando tenía 15 años y en cuya capital se hizo hombre e intelectual, cubriendo un periplo comprendido entre el Café La Habana y la UNAM, a la que nunca asistió como alumno) y terminó sus días en la catalana Blanes.

LA VIDA ÚTIL

Vendedor de bijouterie en una tienda regenteada por su madre, Victoria Ávalos, vigilante en un camping llamado “Estrella de mar” en Barcelona y dúctil cocinero especializado en preparar de múltiples maneras el arroz, platos con que enamoró Carolina López, madre de sus dos hijos Lautaro y Alexandra, Roberto también fue pobre, pagó la renta durante mucho tiempo a base de ganar concursos literarios en España y, fundamentalmente, fue un poeta devenido en novelista, con una obra sólida que hoy constituye un legado insoslayable.

A los 38 años le fue descubierta una enfermedad en el hígado que terminó con su vida a los jóvenes 50, cuando esperaba casi en vano un trasplante que le hubiera alargado la existencia y hubiera ensanchado el continente de sus libros.

“A esa edad supe que no era inmortal”, ironizaba. Era la ironía uno de los deportes a los que se había aficionado con precisión de atleta olímpico. “Y aprovecho este paréntesis para agradecerle una vez más al jurado esta distinción, especialmente a Ángeles Mastretta”, dijo Bolaño en el célebre discurso de Caracas. La escritora mexicana fue la única en el jurado que había votado en contra de Los Detectives Salvajes y la broma del escritor fue la enunciación de una estética que los enfrentó sin que la autora de Arráncame la vida, que no conocía la obra del chileno, tuviera una participación activa. Más bien era Bolaño el que la llamaba “escribidora” (término que también aplicaba a sus compatriotas Isabel Allende y Marcela Serrano), con notable desprecio. A casi 10 años de aquel acontecimiento, Mastretta afirmó a esta cronista que “no haber votado por Los detectives salvajes fue un error que pagaré toda mi vida. Sí, yo voté en contra de Bolaño y me equivoqué drásticamente. Es cierto que me gustaba mucho más la novela de Eliseo Alberto, Caracol Beach, al menos lo entendía más, pero ahora que Bolaño es un autor de culto y que lo he ido poco a poco descifrando, lo respeto, aunque su literatura no me apasiona”.

Bolaño amaba el cine de ciencia ficción, miraba televisión, escuchaba música del brasileño Lenine, oía a The Pogues, Elvis Presley, Suicide y Bob Dylan. En los últimos días de su vida bailaba nietscheneamente en su estudio la canción “Lucha de gigantes”, de Antonio Vega, el fallecido líder de Nacha Pop.

A pesar de que su adicción al tabaco le daba pocos puntos en la lista de los posibles trasplantados (“Por acá todo va bien. Sigo el tercero en la cola de espera”, escribió a una amiga) , era un hombre que quería vivir. Hacía planes para cuando tuviera un nuevo hígado: “No sé cómo me las voy a arreglar cuando me cambien el hígado. Se supone que entonces tendré que tomar más de treinta pastillas diarias. ¿Cómo me acordaré? En fin, ya veremos”, confesó a un cercano. Se interesaba por la política latinoamericana: “No seré yo el que te diga que en política la realidad y el deseo son dos cosas bien distintas. Para mí Lula es, en principio, un antiguo obrero que promete hacer lo posible para que todos los brasileños coman tres veces al día. Como objetivo político, o de política social, no está mal, es razonable, aunque como utopía es francamente pobre. Es como si Joyce, por poner un ejemplo de utopía literaria, hubiera dicho que su objetivo era combatir el analfabetismo irlandés y hacia ese fin hubiera dirigido todas sus energías. Sobre todo, porque Joyce, si se hubiera dedicado a alfabetizar, no hubiera conseguido nada, que será lo que Lula, mucho me temo, conseguirá al final de su mandato”, escribió a esta cronista.

Bolaño, que cuando le preguntaban por qué le gustaba llevar siempre la contraria contestaba: - “No, yo no llevo la contraria”, se anotaba en todas las polémicas posibles e imposibles, como aquella que consistía en defender el honor de los vinos de su país de origen: “Te lo juro de rodillas y por la sombra incorrupta de San Martín salvándole la vida a O´Higgins que los vinos chilenos son buenos y, ciertamente, mejores que los argentinos. En mi niñez viví en Cauquenes, provincia de Maule, una región que ostentaba el primer lugar en el índice de alcoholismo patrio. También era la capital del espiritismo, creo que hasta los curas hacían sesiones con la mesa de tres patas. De Cauquenes recuerdo sobre todo dos episodios decisivos: en uno de ellos me di cuenta de que cada persona es un mundo y que la lejanía podía ser sinónimo de muerte pero también de viaje hacia el interior vacío de cada uno. En el otro comprendí lo que era el teatro. La obra en cuestión era una mierda: La pérgola de las flores, de autora chilena, pero a mí me gustó tanto (era un niño sensible) que al salir no supe si salía de La pérgola o entraba en una obra mayor e incomprensible, la de las calles de Cauquenes, la noche de Cauquenes, Chile. Latinoamérica, the world. Visto en perspectiva, lo primero que se me ocurre es preguntarme cómo mi madre dejó que un niño de doce años fuera al teatro solo. Recuerdo que cuando mi padre nos iba a visitar, al regreso compraba vino, el de Cauquenes tenía fama de ser de los mejores”.

LA FAMA PÓSTUMA

¿Qué sentimientos le despierta la palabra póstumo?, le preguntaron a Roberto Bolaño en la última entrevista. Y él respondió: “Suena a nombre de gladiador romano. Un gladiador invicto. O al menos eso quiere creer el pobre Póstumo para darse valor”. Lo cierto es que su muerte, acaecida en 16 de julio de 2003 y, como titularon muchos periódicos, ocurrida “en su plenitud creativa”, dejó desolados a sus hijos y a amigos entrañables como el escritor Rodrigo Fresán y el crítico español Ignacio Echavarría y, con una ironía muy propia de su carácter, le dio al destino la oportunidad de convertirlo en una de las mayores celebridades literarias del mundo.

Con 2666, su enorme y elogiada obra póstuma, Bolaño dejó de ser un autor de culto para volverse un escritor traducido a muchos idiomas, entre ellos el inglés, lengua que hoy en EU le rinde pleitesía mediante la publicación de sus libros y de críticas laudatorias en los principales periódicos y revistas especializadas.

De esa novela de más de mil páginas, Jorge Volpi dijo: “es una de las novelas más poderosas, perturbadoras e influyentes escritas en español en las últimas décadas. 2666 sólo puede leerse completa, sus más de mil páginas de un tirón, dejándose arrastrar por la marea de su escritura, su avalancha de historias entrecruzadas, el torbellino de sus personajes, el tsunami de su estilo...”.

La semana pasada, los cables de las agencias dieron la noticia: Los detectives salvajes llegaba a la nación con más lectores en el mundo de la mano de la editorial Shanghai Century y las hazañas de Arturo Belano, álter ego del escritor, se podrán leer en chino mandarín.

BOLAÑO: LA PELICULA

En México, el cineasta chileno Ricardo House graba contrarreloj el documental La batalla futura, una película íntima donde amigos de todas las épocas de Roberto Bolaño, reconocen su valía y que, con música del mexicano Alonso Arreola, será transmitida en canal 22.

Se trata de conversaciones tú a tú con personas que tuvieron una presencia clave en la vida del autor chileno, por caso la artista plástica Carla Rippey, nacida en Texas en 1950 y que fue muy amiga en la juventud de Bolaño, cuando éste apenas tenía 23 años, se dedicaba a liderar junto a su amigo de toda la vida, el poeta Mario Santiago (1953/1998), el movimiento literario de los infrarrealistas y a interrumpir todas las intervenciones públicas de Octavio Paz.

Habla también en La batalla futura, el poeta chileno Hernán Lavín Cerda, (Santiago, 1939), quien fuera testigo de esa juventud furibunda y de los poemas leídos a voz en cuello por parte de un chico que estaba enamorado perdidamente de una muchacha llamada Lisa.

La voz del editor al que llegó a querer como un padre, Jorge Herralde. La voz de Jorge Volpi, que le dedicó un capítulo entero en su reciente libro de ensayo, Mentiras contagiosas (Páginas de espuma, 2008). La voz de su primer editor, Juan Pascoe, la de la francesa Fabienne Bradu (quien incluyó a Bolaño en su libro finalista del premio Anagrama, Los escritores salvajes). La emocionada voz de Carmen Boullosa, su amiga...

El lunes próximo, Anagrama pone a disposición de todos los lectores en este país, su último trabajo publicado en vida. Se trata de Una novelita lumpen con la que el autor participó del proyecto de Editorial Mondadori, "Año 0", en el que siete escritores hispanoamericanos respondieron al encargo de escribir una novela sobre alguna de las grandes capitales mundiales. Roma fue la ciudad elegida por el chileno.

Son sólo pequeños destellos de un gran rayo luminoso que reproduce su energía en el mundo, para dar cuenta de la larga vida literaria que tiene un escritor desafortunadamente ido en lo mejor de su edad y al que mucho se lo extraña.

1 comentario:

Anónimo dijo...

dónde puedo encontrar dicho documental??.. soy de chile y me ha sido imposible encontrarlo ...
saludos ..

Eric