miércoles, 9 de marzo de 2011

LOS BUNKERS Y SU DISCO DEDICADO A SILVIO RODRÍGUEZ


Chile es tierra de maestros de la palabra y de la música. En eso no difiere de muchos otros sitios donde grandes artistas supieron dejar profundas huellas en un pasado rico en canciones y poesías. El problema con las leyendas es si las nuevas generaciones pueden hacerse cargo de ellas. Al respecto, el grupo chileno Los Bunkers, un quinteto tenaz como pocos y cuyo sonido ha sido de gran influencia entre las agrupaciones más jóvenes, nunca han tenido problemas para enmarcarse dentro de su propia tradición. Si algo ha hecho trascendente a esta banda ha sido, precisamente, su enorme generosidad a la hora de reconocer la labor de sus mayores, de quienes los antecedieron en el camino del arte y a los que tratan con una humildad propia de quien se sabe el inicio del camino.

El grupo es originario de Concepción, en la Región del Bio Bío, zona sur de Chile y sus integrantes se conocieron algunos en una escuela de periodismo a la que asistían en forma más o menos regular y otros en el Colegio Salesiano, de cuyo alumnado formaban parte.

Nacieron en el invierno de 1999 con Álvaro López en voz solista y guitarra acústica, Gonzalo López en bajo, Francisco y Mauricio Durán en guitarras y coros y Manuel Lagos en la batería. Desde su debut en la Universidad Técnica Federico Santa María de Talcahuano, el sonido de la banda comenzó a ser notado por la prensa y los aficionados, al punto de generar un “exilio” de los músicos en la capital de su país.

Santiago de Chile fue el hogar de Los Bunkers cuando comenzaba el tercer milenio, tiempo en que también ingresó como baterista Mauricio Basualto, en reemplazo de Lagos. Éxitos propios como “El detenido” no impidieron que la agrupación comenzara a mostrar su afición a lo que podría ser denominado el Movimiento de la Nueva Canción Chilena y que en épocas del gobierno de izquierdas de Salvador Allende, así como en la clandestinidad acontecida a la fuerza por la instauración de la dictadura de Augusto Pinochet en 1973, se convirtiera en la voz de los desposeídos y de los que luchaban por un mundo mejor en tiempos duros.

Los Bunkers, como hijos de una generación literalmente masacrada por las torturas y las balas de una dictadura sangrienta e implacable, como herederos de una gran masa de gente obligada a emigrar a Europa o a Estados Unidos luego del Golpe pinochetista, emergieron en el 2000 cantando, por ejemplo, “El derecho de vivir en paz”, una canción del legendario Víctor Jara, aquel mismo que fuera asesinado por los militares en el Estadio Nacional de Santiago de Chile y a quien, antes de matarlo, le fueron cortadas las manos para que nunca más pudiera tocar la guitarra ni cantar.

“Nuestras razones son emocionales y tal vez históricas, somos de un lugar en el mundo, de allí venimos y nunca lo hemos negado”, dice ante DÍA SIETE el guitarrista Francisco Durán.

Por eso, por aprender de los maestros, con esa convicción “casi brasileña” (así se lo hacemos notar a la banda en la entrevista y todos asienten con simpatía por lo que representa a nivel de historia musical el gran gigante sudamericano, un país donde los cantautores jóvenes se encuentran con los viejos en fiestas populares donde se borran todas las fronteras musicales), es que en 2001 la banda se acercó a Álvaro Henríquez, el mítico fundador de una agrupación señera como Los Tres.

Lo hicieron para rendirle tributo a otra leyenda de la música popular chilena, la gran Violeta Parra, versionando la conocida “Gracias a la vida”. Fue tan buena la actuación de Los Bunkers en el homenaje Después de vivir un siglo, que al año siguiente Henríquez ofició de productor del segundo disco de la agrupación.

En Canción de lejos, editado por la Sony, Los Bunkers volverían a refrendar su compromiso con la historia más dura de su país de origen, dedicando el tema “Miño” a la inmolación de Eduardo Miño Pérez frente al Palacio de La Moneda en noviembre de 2001, quien se prendió fuego en protesta por el desempleo y por los efectos mortales del asbesto, un mineral que ha sido prohibido en los países desarrollados pero que aún se utiliza en algunas naciones del Tercer Mundo.

En 2003, la banda compartió escenario con Los Jaivas durante un concierto en homenaje a Salvador Allende y un año más tarde popularizaron “La exiliada del Sur”, una canción de Violeta Parra y el legendario Patricio Manns. No faltaron, por supuesto, en la reunión de los legendarios grupos Inti-Illimani y Quilapayún.

La entrada a México de Los Bunkers se dio en 2005, con el cuarto disco de estudio de la agrupación titulado Vida de perros y del que se extrajo el single “Llueve sobre la ciudad”, que tuvo gran éxito tanto en la audiencia chilena como en la mexicana.

Desde hace dos años, los chilenos decidieron afincarse en el Distrito Federal, donde recibieron la noticia de que serán los primeros músicos originarios del país sudamericano en presentarse en el famoso Festival de Coachella el próximo 17 de abril.

Hasta aquí más o menos la historia de una agrupación que se caracteriza por su hondo compromiso político así como por una mirada estética que otea con profundidad en el horizonte de sus mayores, un hecho que se vio reflejado en el reciente disco Música Libre (editado por Universal Music), que rescata las que consideran son las mejores canciones del cantautor cubano Silvio Rodríguez, “de quien somos fanáticos desde pequeños”, según apunta uno de sus integrantes, mientras los demás asienten con la cabeza.

“Las canciones de Silvio están más vivas que nunca, no se trata de rescatar un material que ha muerto”, dice con voz firme el guitarrista Francisco Durán.

El himno renovado

“Esto no está muerto, no me lo mataron”: el himno del cubano Silvio Rodríguez dedicado a Santiago de Chile tiene una actualidad espeluznante. Ante los oídos de alguien distraído, podría decirse que suena en el equipo una canción nueva, un tema recién hecho para esa ocasión en que un país castigado por la tragedia de un terremoto que dejó 524 muertos y ruinas que todavía perduran, requiere de un impulso emocional que vuelva a poner las cosas en el más alto extremo del optimismo.

Pero no es el cantautor isleño nacido en San Antonio de los Baños el 29 de diciembre de 1946 el que canta.

El pregón llega del grupo de rock chileno Los Bunkers.

Canciones como “Sueño con serpientes”, “Quién fuera”, “Que ya viví, que ya te vas” y “Al final de este viaje”, forman parte de un grupo de 12 temas seleccionados especialmente por la agrupación.

El disco, producido por Meme del Real, uno de los integrantes de Café Tacuba, destaca por la fidelidad melódica a canciones señeras en la obra del artista cubano, quien alabó precisamente ese elemento como una de las tantas cosas positivas en el trabajo de la agrupación chilena.

Del Real participó además como fotógrafo al captar al grupo para la portada del disco en Tlatelolco, donde por varios meses a su llegada a México ensayó la banda, en el piso 21 de la torre Coahuila.

Hay que decir también que no es la primera vez que Café Tacuba se acerca por medio de unos de sus integrantes a la historia de la música chilena. En Valle Callampa, editado en 2002, el famoso cuarteto mexicano interpretó a su modo, rindiendo un homenaje sin precedentes en la historia de la música de rock latina, las canciones más conocidas de Los Tres.

Aunque no es la primera vez que músicos de rock transitan por el repertorio de Silvio Rodríguez, puesto que el grupo mexicano Santa Sabina grabó “Sueño con serpientes” en el 2000 y el argentino Javier Calamaro acaba de hacer lo propio en su reciente disco “Este minuto”, para los músicos chilenos “todavía hay muy poco de Silvio en el rock latinoamericano”.

“Nos dimos cuenta de que este disco no estaba hecho y que debió hacerse hace mucho rato. Las bandas y músicos latinoamericanos que nosotros conocemos, casi nunca nombran a Rodríguez como referencia. Si se les pregunta por sus influencias, nombran a los Rolling Stones, pero no a Silvio”, asegura Francisco Durán.

“Silvio nos mandó un correo electrónico y se mostró muy contento por el resultado, algo que obviamente nos tiene muy felices”, dice su hermano Mauricio.

El repertorio elegido por el conjunto no explora los temas más populares del cantautor cubano, por caso “Mi unicornio azul” u “Ojalá”.

Antes, los jóvenes chilenos que en 2002 ganaron el premio APES (Asociación de periodistas de espectáculos en Chile) se decantaron por canciones profundas y de gran significado para los miles de admiradores que Rodríguez tiene a lo largo de todo el continente.

Así, el himno “El necio”, “Leyenda, “Ángel para un final”, que la banda ejecuta en tiempo de blues y “Nada más”, en una versión muy rockera, integran un disco que destaca por su sonido potente y la sobria instrumentación grabada en un formato de toma directa, lo que le otorga gran frescura al material.

“Las canciones de Silvio Rodríguez estaban prohibidas en nuestro país en esas épocas cuando también estaba prohibido emocionarse en Chile, cuando nos fue prohibido pensar. Sus canciones significaron la luz para una sociedad, que hasta ahora sufre las consecuencias de vivir atada a la ignorancia y a la masacre”, afirma Francisco Durán.

“En los 60, grupos anglosajones como los Birds hicieron un disco con canciones de Bob Dylan, pero en nuestro continente faltaba uno con canciones de Silvio y por suerte nos tocó a nosotros”, agrega.

El cantante Álvaro López, a su tiempo, afirma que “respetamos mucho los temas y ellos mismos nos fueron llevando hacia la forma exacta de interpretarlos”.

Por otra parte, Mauricio destaca la labor del productor “quien nos planteó como primer desafío el hecho de que nos olvidáramos de que esas canciones no las habíamos escrito nosotros y que las hiciéramos como si fueran nuestras”.

“Santiago de Chile”, “Y nada más”, “El día feliz que va llegando”, “Pequeña serenata diurna” y “La era está pariendo un corazón”, completan el disco que salió a la venta en noviembre y que será presentado en un concierto en marzo en México.

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