domingo, 12 de junio de 2011


La vida de Javier “Chicharito” Hernández, nacido en Guadalajara, Jalisco, México, el 1 de junio de 1988, ha transcurrido en los últimos dos años con un vértigo supersónico incapaz de ser abarcado. Ni siquiera la gran maquinaria mediática que encuentra en el futbol su mayor hipérbole, aceitada por los discursos exagerados y compulsivos de ex entrenadores o ex futbolistas que tirados a comentaristas dicen hoy una cosa y mañana otra, ha podido resumir cabalmente la medida extraordinaria de un jugador de esos que nacen una vez cada siglo, más o menos.

En el ambiente del futbol, un universo donde suele venderse gato por liebre y donde se cambian a precio de oro figuritas de colores que se desgastan al primer toque, no llama la atención que periódicamente los titulares de las revistas especializadas apunten al nuevo crack de la época. Y algo de eso hubo con Hernández: titulares encendidos en el fuego fatuo donde representantes, agentes, directivos y periodistas vendidos al color de la bandera que mejor flamee, echan el combustible para que explote una figura y que al hacerlo produzca el mayor de los ruidos y genere la más grande estela de humo posible.

“México se paraliza para ver el Chicharito”, mintió en su portada un diario deportivo local el día de la final de la Champions League entre el Manchester United, donde el joven tapatío jugó como titular en la delantera al lado del mítico Wayney Rooney, y el Barcelona, la escuadra comandada por el infalible Pep Guardiola y que tiene entre sus filas al mejor jugador del mundo, la “Pulga” Lionel Messi.
Ni falta que hacía. Un recorrido por las redes sociales el día previo al partido disputado en el renovado estadio de Wembley, daba cuenta con precisión casi matemática que el aficionado medio mexicano le iba al “Barça”.
Al menos, una mitad de la experta hinchada pambolera muere de gusto por los goles marcianos de Messi, las entradas imposibles del “Guaje” David Villa, las sofisticadas arquitecturas que arma Xavi en la cancha. “Hay que levantarle un monumento a Xavi, aunque sea solo en reconocimiento a que es capaz de detener el tiempo hasta encontrar el hueco para dar el pase”, escribió en su Facebook el autor mexicano Juan Pablo Villalobos. Y al rato, volvió a escribir: “Quería pedir, otra vez, que le levanten un monumento a Xavi. Gracias”. Al día siguiente, el autor de Fiesta en la madriguera, afincado en Barcelona, lo pensó mejor y puso en su muro: “He estado reflexionando, ya en frío, y creo que hay que levantarle un monumento a Xavi, de veras”.
La otra mitad de los pamboleros mexicanos (aunque decir pamboleros mexicanos resulte a todas vistas una redundancia) le va al Real Madrid, que aunque nada tenía que ver en la final de la Champions, pesaba como un fantasma midiendo la temperatura de la afición.
Si el futbol resultadista y mentiroso del revulsivo José Mourinho o las fintas maravillosas del sobrio Pep Guardiola: esa era la verdadera cuestión que dirimía el aficionado medio mexicano el día de la final de Londres.
“¿Así que las finales hay que ganarlas como sea? ¿Así que hay que cuidar la ventaja? Otro de los discursos nefastos que han sido derrumbados. Guarden el video de esta final.”, dijo el periodista argentino Jorge Búsico una vez conocido el resultado a favor de la escuadra catalana por un irrefutable 3-1.
Por tanto, no sólo no era cierto que México se paralizaba para ver al Chicharito en la final, sino que tampoco es verdad que al aficionado mexicano puede vendérsele así nomás el brillo estentóreo de una figura crecida al sol de la mejor liga del mundo: la inglesa.
¿Esto qué significa: que los mexicanos que aman el futbol no quieren a Javier Hernández? Claro que lo quieren. Los hinchas de este país no tienen problemas en comprar el pan, el refresco de cola, las camisetas con el número que el Chicharito lleva en la espalda. Que consideren a Hernández el gran jugador que es y que los medios se apuran en mitificar, es otra cuestión, sobre todo para una fanaticada que, como la mexicana, ha pagado siempre muy caro su inclinación a los sueños una y otra vez traicionados por el bajo rendimiento de su selección nacional.
Por otro lado, el futbol local es endogámico. Vive con satisfacción el lucimiento de jugadores que brillaron en su época como el legendario Hugo Sánchez -considerado el mejor jugador mexicano de todos los tiempos- lo hiciera en el Real Madrid (desde que el quintapichichi brillara con los merengues, creció la afición de los mexicanos por el equipo blanco, al punto de que los encuentros entre el “Barça” y el Real son vividos en nuestro país con la emoción de un partido local), así como ha seguido con atención la carrera del defensor Rafael Márquez en las primeras filas de la escuadra catalana. Sin embargo, nada le importa más al hincha local que el lucimiento de sus jugadores en la liga nacional y, por supuesto, al servicio de la camiseta tricolor.
Ya lo dijo el célebre escritor Juan Villoro, el público siempre va delante de su propio futbol.
“En México tenemos un público maravilloso, profundamente entregado, que no deja de querer a un equipo bastante malo. Es un enigma, creo que de dimensiones mundiales, determinar por qué México una afición tan leal, tan entregada, cuando la selección permanentemente la defrauda. Alguna vez dije que si hubiera un campeonato mundial de públicos México podría llegar a la final, porque hacemos mucho más esfuerzo en las tribunas que en la cancha”, afirma el autor de Dios es redondo.
“Los mexicanos nos hemos graduado en frustraciones. Martín Caparrós, el biógrafo de Boca Juniors, decía en una crónica estar sorprendido por esos países que no tienen ninguna posibilidad de arribar a los primeros puestos van con tanto entusiasmo al Mundial. Para los argentinos –decía Caparrós- siempre es un anhelo viable pensar en qué tan lejos vamos a llegar hasta el título incluso. En cambio, para los mexicanos el Mundial es interesantísimo aunque sabemos que no vamos a hacer muchas cosas”, agrega Villoro.
Visto esto, no extraña que sea el propio Chicharito Hernández el que ponga paños fríos a tanto fervor mediático y, humilde y sencillo como es, declare al final del partido por la Champions que “hay que cambiar el chip, ahora viene el partido de la selección mexicana”.
Sin duda, será la inminente Copa de Oro, a llevarse a cabo en los Estados Unidos a partir del 5 de junio, la competencia que pondrá en juego todo el caudal del Chicharito de cara a sus compatriotas. Mientras tanto, Hernández es el jugador de la gente más que de los medios y de la gran maquinaria publicitaria gestada prematuramente y en forma casi desesperada a su alrededor. Se mantiene cauteloso y concentrado en su propio desarrollo futbolístico y hasta ahora no ha demostrado con ninguno de sus gestos públicos estar fuera de su vértice, sintiendo que ya llegó a los cielos porque Sir Álex Ferguson lo puso como titular en la final de la Champions League. La afición es igual de prudente a la hora de justipreciar el desempeño de su máxima estrella internacional. Espera logros, títulos, espera más, espera mucho.

Chícharo de exportación

Que Javier Hernández es un jugador distinto, posiblemente la futura estrella que desbanque o alcance ese territorio donde reina Hugo Sánchez y es príncipe Rafa Márquez, lo demuestra su impresionante carrera, un subir peldaños sin prisa pero sin pausa que lo ha llevado a lo más alto de balompié, con apenas 23 años recién cumplidos.
El delantero elogiado por Pep Guardiola y Lionel Messi (“Si nos creemos favoritos, Chicharito Hernández nos pone en nuestro sitio en cinco minutos”, dijo el técnico del Barcelona), comenzó a jugar en las inferiores del Guadalajara a los 9 años y debutó con el primer equipo en el Apertura 2006, cuando tenía apenas 18 primaveras.
Fue el goleador de las Chivas en 2009, con lo que se ganó la titularidad en el equipo, hecho que repitió en el Bicentenario 2010, año en que firmó su contrato por un lustro con el Manchester United, luego de destacar a clubes tan importantes como el holandés PSV Eindhoven y el Valencia, de España. El Chícharo mayor, padre de Javier, él mismo un ex futbolista y a quien el joven le debe su apodo, cuenta que cuando se apareció Jim Lawlor, jefe de scouting (ojeadores) del Manchester United, y le dio la tarjeta expresándole el interés por su hijo, al principio creyó que era una broma.
“Hay tantos que muestran tarjetas falsas con los escudos de clubes extranjeros”, dijo el progenitor y ahora también su agente.
El pase se hizo por 6 millones de libras, mediante una operación secreta de la que sólo tenían conocimiento los dirigentes de las Chivas, el padre del jugador y el jugador mismo.

“Fue muy duro guardar el secreto. Somos una gran familia. Estamos muy unidos y compartimos todo, pero no se lo dijimos a mis abuelos ni a mi madre, así que fue difícil”, dijo Javier, quien al principio se había mostrado escéptico frente a la posibilidad de ser contratado por el Manchester. “Le dije a Jim Lawlor que no me tomara el pelo pero cuando vi a mi padre llorar, supe que era verdad”, contó.

¿Temple de acero o garra de campeón?

Aun cuando un futbolista tenga todas las cualidades para brillar en los 90 minutos que dura un partido, no es fácil abrirse paso y brillar en territorios ajenos.

Si se mira la carrera de Hugo Sánchez, por ejemplo, gran parte del enorme éxito que tuvo el jugador en las arenas madridistas se debió al profundo rechazo que recibió por parte de la afición cuando llegó a la capital española. Lo llamaban “indio” con terrible desprecio y eso no hizo más que insuflar las ganas de victoria en el aguerrido universitario.

Messi también es un ejemplo de superación. Una enfermedad por la que corría peligro de quedar enano lo motivó para entrenar las 24 horas del día y vencer sus propias limitaciones físicas, para llegar a convertirse en ese marciano que juega al futbol como si fuera de otro planeta.

El enorme, querido y admirado, sin dudas uno de los futbolistas con más talento que haya aparecido en el futbol mexicano contemporáneo, Cuauhtémoc Blanco, no lo logró. Una leyenda de nuestro balompié es la que alude al llanto de ese jugador grande con corazón de niño que lloraba en los vestuarios del Valladolid, equipo español donde el Cuau llegó a jugar apenas por dos temporadas, con una grave lesión que lo mantuvo inactivo durante seis meses en el medio.

La gran pregunta es: ¿Lo logrará el Chicharito? Por lo pronto, su sólida familia crecida en el ambiente del futbol, con un padre ex jugador y con la figura del adorado abuelo materno Tomás presidiendo la familia y reinando en su joven corazón, Javier Hernández es un muchacho por demás apapachado. Eso no le ha impedido adaptarse con mucho tino en su nuevo club, en una ciudad, Manchester, que le gusta mucho y “en la que me gustaría vivir muchos años”, según declaró.

Su temple tranquilo, de chico que no bebe ni fuma y hasta ahora no ha demostrado gran interés por las fiestas a las que han sido tan aficionados estrellas como Ronaldinho, Adriano o el venerado Diego Maradona, le dan chances en un mundo tan duro como el futbol inglés. Porque a no engañarnos, ¿dónde estaría el rudo y poco instruido Wayney Rooney si no jugara en el Manchester? En el país de los hooligans (por suerte ya diezmados por una férrea política estatal que los quitó del medio), los jugadores no necesariamente son caballeros británicos y muchos de ellos (incluido el gran ídolo de la camiseta 7, George Best, aquel que dijo aquello tan inolvidable de “ casi todo lo que gané jugando al futbol lo gasté en bebidas y en mujeres. El resto lo malgasté”) han tenido problemas con el alcohol, se han visto enredados en el maltrato a las mujeres o involucrados en orgías non sanctas que el gran negocio del balompié ha sabido tapar a tiempo, para que no se pierdan los millones de dólares que produce un jugador cuando llega a esa categoría.

Es ese corazón de muchacho sencillo, fiel a sus afectos, como lo demostró en la reciente final de la Champions pagándole el boleto a Londres a su amigo el también futbolista Ramón Morales, lo que seguramente hará brillar por mucho tiempo al Chicharito en tierras extranjeras, ahora que, según rumores, lo quiere el Real Madrid y el propio Messi ha dicho al elogiarlo que “es bueno en el uno contra uno y encajaría perfectamente en el Barcelona”.

Todo irá bien si el Chicharito se conserva como Chicharito, algo que no pudo demostrar en la premiación de la Champions, cuando en un gesto impropio de su formación y de su conocida humildad se negó a que el gran astro del futbol mundial, Michel Platini, le colgara la medalla de segundo en el estadio Wembley. Eso queda bien para el maleducado de Rooney, no para el chico noble tapatío que se ganó el corazón de los ingleses a fuerza de goles y de disciplina.

No es imitando las patanerías de estrellas consagradas y ultramimadas del futbol profesional europeo como Javier Hernández podrá hacer frente, por ejemplo, a los vaivenes de la prensa de su país, que un sábado lo puso en la portada como si fuera el ídolo máximo del balompié mundial y el domingo lo comenzó a llamar “Gasparín” por su presunta presencia de fantasma en el juego de la Champions.

Mientras tanto, no deberá olvidar las razones por las que llegó al cielo máximo del futbol profesional: “Tiene un gran físico y sabe cómo utilizarlo, tiene músculos fuertes, se mueve con velocidad y con el poder que se requiere en las ligas europeas. Chicharito hace algunas carreras en diagonal que yo nunca había visto en ningún jugador mexicano”, dijo su abuelo, el querido Tomás Balcazar.

“Tiene un gran salto. Con su corta estatura, él, puede hacer buenos cabezazos, parece que se suspende en el aire”, agregó con entendible y justo orgullo, al mencionar para el portal del Manchester United por qué el Chicharito es el Chicharito.


Un año rojo

La jornada de la final entre el Barcelona y el Manchester United fue culminante para el Chicharito Hernández. Arribaba al año de competencia a full con los prestigiosos Diablos Rojos, en un momento muy alto de la escuadra de Sir Álex Ferguson, uno de los entrenadores más respetados del mundo.

Fueron 365 días intensos para un muchacho que se esmera para conseguir productos en los supermercados londinenses que venden alimentos exóticos. Al fin y al cabo, Inglaterra no es famosa por su sofisticada alimentación y lo mexicano a Hernández no se lo saca nadie. “En Inglaterra encontré algunos productos mexicanos y he hallado más por Internet y hemos hecho pedidos para los ingredientes en la casa”, contó el jugador a un portal cibernético.

Fueron 365 días, 20 goles en 44 partidos, ganar el título de liga y ser elegido el mejor jugador de la temporada por la afición del Manchester. Un año rojo para el verde chicharito. Rojo brillante, rojo fulgurante.

sábado, 4 de junio de 2011

ALGO MÁS QUE LINDA MCCARTNEY


Linda McCartney no es Yoko Ono. No tuvo la mujer de Paul las maestrías artísticas, los dilemas éticos, el compromiso con las causas políticas más revulsivas que aún acompañan a la hoy anciana viuda de John Lennon. Sin embargo, fue esa mujer japonesa a la que gran parte de la historia se empeña en pintar como la verdadera causa de la separación de Los Beatles, la que puso a Linda Eastman McCartney en un lugar justo y necesario.

Fue en una emotiva nota escrita para la Rolling Stone en 1998, año en que Linda murió de cáncer de mama, a los 56 años. Allí, dice Yoko que la que parecía en principio una mujer vulnerable terminó siendo una persona muy fuerte, quien –como hasta el propio John Lennon, aun en los tiempos más difíciles en su relación con Paul, admitía- cumplía un papel benéfico en la vida del bajista zurdo de Los Beatles.

La muchacha rubia que se moría por los famosos y a quien McCartney conoció en 1968, en el marco de un concierto en Londres, fue reivindicada por Ono en una descripción tan veraz como admirable: “Ambas queríamos mostrarnos nuestras respectivas granjas. Cierta vez yo estaba por ir a Londres con Sean, y Linda dijo: "Entonces, la mía primero". Así que nos invitó a Sean y a mí a su granja. Y digo "la granja de Linda", porque de verdad sentías su energía ahí: sabías que había sido ella quien había creado ese entorno para su marido y sus chicos. Había algo muy verdadero en la manera en que vivían. No estaban rodeados por sirvientes ni nada. Y fue maravilloso. Linda tenía caballos y ovejas: era una granja de trabajo, no una hacienda maquillada”.

A la luchadora por los derechos de los animales, a la militante del vegetarianismo más férreo, a la cabeza de una familia estable y de un matrimonio que duró 30 años, con sólo una noche en la que Paul y Linda estuvieron separados en todo el tiempo que duró su pareja, es la que recuerda y engrandece no sólo Yoko, que como bien dice, “no fuimos de esas amigas de tomar el té con masas”, sino también su viudo, sus hijos y cierta parte de los millones de fans de Los Beatles, sobre todo aquellos que lograron derribar los prejuicios y aceptarla como la gran dama McCartney en que se convirtió.

“Simplemente era muy divertida, muy lista y tenía mucho talento”, así recuerda Paul McCartney a Linda Eastman, la mujer con la que compartió tres décadas de su vida y a la que según la prensa del corazón intentó reemplazar a su muerte con la volcánica modelo Heather Mills (de gran parecido físico con Linda), quien le dio un hijo y le sacó varios millones merced a un divorcio escandaloso cargado de detalles miserables.

La chica de la cámara

Metida a la fuerza en Wings, el proyecto musical de su marido, Linda no sabía cantar ni mucho menos tocar el piano. Sin embargo, era diestra con una cámara fotográfica en la mano. Y ya era una destacada profesional de la imagen cuando conoció a Paul, como lo comprueba aquella portada de la Rolling Stones de 1968, con un Eric Clapton joven y bigotón, serio y concentrado, mirando a la lente.

También era una chica divertida y tierna, siempre dispuesta a dar calor físico a cuanta celebridad se cruzara en su camino, por caso el actor Warren Beatty o los rockeros Jimi Hendrix y Eric Burdon. Por sus conquistas y por esa manera un tanto masculina de ver el mundo (por no decir machista recalcitrante) por parte de los cronistas de rock, la Eastman fue incluida en cuanta lista de groupies famosas se hiciera en los pasquines de la época. Tanto así que muchos años debieron pasar para que la esposa de Paul fuera considerada una fotógrafa de nivel. Antes, más bien era vista como la muchacha rubia que calentaba la cama de los famosos para conseguir imágenes inolvidables, leyenda alimentada por la extraña circunstancia en que Linda obtuvo su primera oportunidad como profesional de la lente.

Fue en 1966 y todavía no había aparecido su príncipe azul, cuando con sus espigados y rubios 25 años, Linda se coló en una sesión de fotos para prensa de los Rolling Stones que se llevaba a cabo en un barco que navegaba sobre el río Hudson. Por muy exótico que resulte el modo en que Eastman consiguió el pase para poder mezclarse entre los fotógrafos acreditados, lo cierto es que la imagen obtenida es extraordinariamente buena, reflejo de una época y de la turbulenta y luego trágica relación que unía y desunía a Brian Jones y Mick Jagger. En blanco y negro, la postal muestra al famoso integrante del Club 27 (influyentes músicos de rock y blues que murieron a esa edad, por caso Janis Joplin y Jimi Hendrix), luciendo una camisa a lunares, con los ojos cerrados y las manos abiertas, como si rezara para adentro. A su lado, un Mick Jagger jovencísimo, se quita los lentes de sol y ofrece el rostro más aburrido de la jornada.

Linda, que antes de conocer a McCartney había fotografiado a Aretha Franklin, Jimi Hendrix, Bob Dylan, Janis Joplin, Simon&Garfunkel, The Who, The Doors, Charles Aznavour, todos artistas señeros de los convulsionados y fructíferos ’60, es ahora recordada en un libro de gran porte editado por Taschen y curado por su viudo.

A Life in Photographs tiene un prólogo escrito por el propio Paul, quien la evoca como una mujer que amaba tanto a la música como a la naturaleza y para la que el humor era un elemento imprescindible en su existencia.

Las imágenes bucólicas de la familia perfecta que siempre quisieron ser los McCartney ante los medios, el desenfado de Los Beatles -que tenían en su juventud el universo a sus pies y todo el mundo por delante-, el rostro serio y sorprendido de Stella McCartney, segunda de los tres hijos del matrimonio y hoy una famosa diseñadora de modas, todas las posibilidades faciales de un Lennon en diferentes etapas de su vida, son sólo algunas de las inolvidables fotografías que convierten a Linda McCartney en una testigo de cargo de la época que le tocó vivir.





“La fotografía era más importante para mí que la música, pero mi esposo y mi familia era más importante para mí que la fotografía y yo estaba dispuesta a renunciar a la fotografía por ellos”, supo decir Linda al intentar explicar por qué, en 1998, renunció para siempre a su trabajo con la cámara. Fue el año en que se unió a su esposo para formar la banda Wings.

El legado de Linda es enorme. Su línea de alimentos vegetarianos congelados continúa hasta la fecha, con platos que los propios hijos prueban antes de sacar al mercado. “Para nosotros es algo muy personal, porque esa comida lleva el mensaje de mamá al mundo”, dice su hija Mary.

Su herencia, sin embargo, no ha sido tan pública ni tan inclusiva como este libro de reciente aparición. Desde el fondo de los tiempos, la artista de la fotografía que fue parece levantarse con todo el vigor de su mirada, para mostrarnos cómo era aquel mundo que cambiaba segundo a segundo y que aún hoy mantiene su influjo y su seducción intactos.